El color y el trazo, convertidos en gesto, constituyen el fundamento expresivo de esta serie de obras, en las que se despliega una subjetividad casi palpable. El lenguaje evade cualquier asidero objetivo, expresándose a través de campos de complejo cromatismo, manchas y trazos intensos. La impronta del gesto pictórico sobre el lienzo construye un espacio movedizo, cuya dinámica enfrenta apogeos, reposos, nudos y silencios, representando o traduciendo, acaso, la calidad nebulosa, pero penetrante, de los estados interiores.